Érase que se era, si es que hubo una vez
que fue pues nadie está seguro de que así fuera, cuando sólo existían las
letras sueltas, los colores y los números individuales, que ocurrió lo que
dicen que ocurrió en esta historia.
Andaban de nuevo jugando los números
entre ellos. Jugaban a ver quién podía ser más presumido y altanero. En este
juego gana aquel cuyo rebaño fuera mayor y perdía el que menos números
consiguiera mantener a su alrededor.
De comenzar se encargaba continuamente
el dos con sus vanidosas palabras: “Yo soy la pareja por excelencia. Sin mí no
hay amor ni odio ni pasión primigenia. Los pares son mis súbditos y de aquí al
infinito me tendrán en un púlpito.”
Ante estas palabras era obligatorio
escuchar al cuatro que entraba en acción parloteando: “Por todos es sabido que
del dos soy su principal capataz. Sus órdenes hago acatar sin pestañear. Soy un
mandatario rudo y tenaz. A todos los demás de miedo hago sus dientes
castañear.”
No tardaba en replicar el tres con su
característica sonrisa de maldad: “Grandes carcajadas me producen el dos y su
asesor. Nunca piensan que soy el principio de los primos nones. A su misma
altura estoy sin que por ello ahueque mis alerones. Poco me importan pues de la
discordia soy profesor.”
Ante semejante argumento contestaba el
cinco con su distintiva intención: “No sois más que un grupo de idiotas
arrogantes. Qué sería de vosotros sin mí. Cómo haríais montones de dinero
constante y sonante. Poco me importa vuestra hambre pues yo siempre puedo decir
que comí.”
Esto irritaba de manera sublime al ocho:
“Cómo podemos aguantar a este señoritingo. Ganas me entran de hacerme
horizontal e infinito. De volverme rudo vikingo y de un puñetazo dejarle
frito.”
Aquí es cuando entraba en escena el
siete: “Para el carro curvilíneo insolente. No juegues con trampas y malabares
gráficos. Pues el no ser primo te hace por de más doliente. Recuerda que mi
misión no es otra que dar suerte y, si en demasía me enfado, cerrar picos.”
El seis, siempre pacificador, con sus
palabras insistía: “Queridos números, esto no es más que un juego. Por qué
siempre acabáis en pugna. Actitud que en el fondo a todos nos repugna. Mantened
la calma antes de que alguno acabe ciego.”
Poco le importaba al nueve todo lo que
escuchaba: “Seguís con vuestras chorradas. En el lugar más alto de esta lista
me encuentro. Por mucho que lo intentéis nunca conquistaréis mis adentros. Es
más, me da igual no ganar pues este juego siempre me ha parecido una pijada.”
Mientras, el uno y el cero permanecían
arrinconados. Como otras veces, nadie se acordaba de ellos en estas disputas.
Después todos se volvían hacia ellos para amedrentarlos con insultos y burlas
del tipo: ¡No vales nada! o ¡Te quedarás solo hasta el final de los tiempos!
Pero esta vez la cosa fue diferente. Ante las agresiones cero y uno, uno y cero
se pusieron en pie y anunciaron su compromiso de matrimonio. Tal noticia a
todos dejó perplejo.
Todos y todas asistieron a la boda, los
números individuales, las letras sueltas y el abanico de colores. Fueron el
negro y el blanco los encargados de dirigir la ceremonia. Hubo caras de
felicidad, como la del seis, el siete o el tres, otras de envidia, las del dos,
cuatro, cinco y ocho, y otras de indiferencia, propia del nueve. Las letras
sueltas hicieron poco más que bulto pues fueron invitadas, como bien sabido,
por puro protocolo. Mientras los colores montaron gran jolgorio e impacto visual.
Así fue como el negro y el blanco
unieron al uno y al cero, al cero y al uno. El blanco no pudo evitar derramar
una lágrima sobre el manto del negro, el negro no pudo evitar derramar una
lágrima sobre el manto del blanco. Lágrimas que siguen imborrables. Una vez
superada la emoción, los dos colores se dirigieron a los prometidos: “Puede que
por separado no seáis mucho. Tal vez hayáis conocido la soledad como ninguno.
Esta ceremonia todo eso lo cambia.” Dijo el negro. “De aquí en adelante
seguiréis siendo únicos por separado y sublimes unidos. Tenéis el gran honor de
crear el primer número doble. No sois otra cosa que una pareja diez.”
Así fue como el cero y el uno, el uno y
el cero quedaron unidos por toda la eternidad. Cómo se colocaron por encima del
nueve. Cómo dieron tal envidia a los demás números que todos quisieron unirse
una o más veces con ellos, con los demás o entre ellos mismos para tener sus
propios números múltiples. Así fue cómo realmente el cero y el uno, el uno y el
cero se convirtieron, por primera y última vez, en los grandes ganadores del
juego donde se demuestra qué número es el más presumido y altanero.
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