No sé si a estas alturas conocéis a
Daniel Higiénico, nombre artístico del catalán Daniel Soler. Os diré que yo
hace más de una década que lo conozco. Cuando hablo de conocer me refiero,
evidentemente, a su parte artística ya que personalmente no he tenido el placer
de hacerlo. Sea como fuere, he de aceptar que siempre he sido, lo sigo siendo,
un gran admirador de sus discos, es más, tengo casi toda su discografía.
Siempre que ha venido alguien a casa y le he puesto alguno de sus trabajos
musicales siente una mezcla de extrañeza y curiosidad que le lleva a, al menos,
interesarse por las letras de sus temas. Pues bien, tengo que decir que sin ese
conocimiento previo de su obra musical puede que te sea un poquito difícil leer
esta, su primera novela, “El Paseo Infinito”.
Una de las frases que más me he repetido
durante la lectura de la misma es: “Esto sólo lo puede haber escrito Daniel
Higiénico”. Su sello personal está por todas las partes de la obra. Esa mezcla
tan propia suya de surrealismo, misterio, extravagancia, realidad y, entre
otras cosas, originalidad sigue siendo lo que más me atrae de su libro.
La idea de aunar escritores con
personajes, la de ponerlos unos a la misma altura que los otros llegando,
incluso, a que ambos sientan la necesidad imperiosa de no poder existir si no
se tienen codo con codo es el argumento esencial de esta obra. Bien es sabido
que en muchas ocasiones nos acordamos de un libro o bien por su autor y
argumento o bien por sus personajes, o personaje, y sus dichas y desdichas.
Aquí nada de eso ocurre, si hay algo por lo que recordaré este Paseo Infinito
es por el conjunto entero que forman las dos partes.
Caminando por la novela encontrarás
momento de tensión, como el descubrimiento del Arquitecto por parte de algunos
personajes, intriga, la disputa de la autoría por parte de Agnes Biutiful y el
señor Manuel Shevchenko es claramente eso, tensión, todo lo que acontece en la
disputas finales tiene bastante de esto, aventuras, la odisea del Escritor y el
señor Comadreja por el desierto es propia de ese estilo, o risas, la Escuela de
Poetas de Óscar Becquer es el mejor ejemplo, que no el único, de lo ingenioso
que puede llegar a ser Daniel.
Otro de los temas bien reflejado en
estas páginas es la soberbia a la que pueden llegar, de hecho muchos llegan,
los propios escritores. Muy pocas veces hemos podido leer una obra donde la
autoría sea compartida y no me refiero a las típicas publicaciones donde se
mezclan relatos de varios o varias autoras. Daniel refleja perfectamente hasta
donde puede llegar ese sentimiento de superioridad de los escritores que no
pueden dejar de entender que su novela sea suya y sólo suya. De ahí que los
personajes tomen tal protagonismo, que sean ellos y ellas mismas los que los
pongan en su sitio.
La parte digamos no tan interesante,
mejor dicho, que se te puede hacer algo pesada, es la encargada de llevar a
cabo por el Arquitecto. Temí que como el libro fuera sólo la construcción del
edificio especificando todos y cada una de sus inquilinos en listas de, casi siempre,
seis puertas por planta podría ser algo insufrible. De ello se hace eco Daniel
en sus reflexiones finales, algo que pocos escritores tienen la valentía de
hacer porque supongo que mucho ha tenido que recortar en ese aspecto. Reconozco
que al final estaba más interesado en conocer el desenlace entre Escépticos y
Esperanzados o entre Agnes y Manuel que en las listas de personajes que aún
quedaban por aparecer.
Para mí, recalco que es mi humilde
opinión, Daniel se sale en este su Paseo Infinito. Que sí, que puede ser que
sea un poco durillo de leer pero no esperaba menos de él. Es más, estoy seguro
que cuando lo relea, que lo haré tarde o temprano, le sacaré mucho más jugo que
en esta primera pasada por sus páginas. ¿Queréis saber quien vive en el
rascacielos más famoso de los últimos tiempos? Atreveos con “El Paseo
Infinito”, descubriréis algo más que un nutrido puñado de inquilinos.
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