domingo, 2 de octubre de 2011

Texto Mandrílico Pa Octubre

Aceptó la invitación de Joaquín para tomar té en su casa aquella tarde. Justo después de escurrir la bolsita de infusión sintió el móvil vibrando en su bolsillo. Fue toda una sorpresa ver reflejado el nombre de Asunción en la pantalla, hacía como cuatro meses que no sabía nada de ella. Esta le comunicó que Antonio había tenido un accidente. Su estómago se encogió casi instantáneamente hasta llegarle a producir casi vómitos.

Se despidió de su hospitalario amigo con la rapidez que imprime este tipo de acontecimientos. Una vez en la calle el rojo del atardecer comenzó a mezclarse con el ritmo acelerado de su corazón. Fue al torcer la esquina e ir acercándose al piso donde vivía Antonio cuando se encontró con una escena que ni en la peor de sus pesadillas pudo haber soñado.

Casi a la altura del bloque un policía le salio al paso para pedirle que se identificara. Contestó que era amigo del accidentado sin apenas pensar en las consecuencias. El agente le pidió su colaboración para identificar el cadáver. El simple hecho de escuchar aquel término le produjo un intenso y repentino mareo. Sin poder negarse a tal petición se encontró subiendo las escaleras del inmueble. Las palabras del policía le exigían rapidez para llegar al final del recorrido mientras sus propias palabras interiores le arrastraban hacia fuera de aquel lugar como el humo que sale de un cuarto cerrado cuando se abre una ventana.

Consiguió llegar al rellano de la segunda planta en un estado de inconsciencia casi total. Sus ojos se fijaban en aquellas imágenes de gente uniformada entrando y saliendo de aquel piso donde había pasado infinidad de buenos momentos. Esperó hasta que el policía que lo había arrastrado hasta allí le comunicó que su colaboración ya no era necesaria. La hermana de Antonio pasó por delante de sus ojos como un rayo.

Bajó a la calle rodeado de angustia y esperó a que saliera su amigo. Este lo hizo metido en una bolsa de plástico gris cerrada con una infinita cremallera. Lo metieron en un ataúd y de aquí a un coche fúnebre. Mientras el negro vehículo pasaba a su lado recordó las palabras de Antonio durante una de sus tantas conversaciones: “El secreto está en no respirar”.

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