martes, 1 de febrero de 2011

Texto Mandrílico Febrero

Aquí tenéis la última entrega de este extenso relato. Espero que os hay gustado y que hayais disfrutado del mismo.

Pasaron muchos años después de todos esos acontecimientos. Más de las dos terceras partes del bosque acabaron siendo prados para el ganado y tierras de cultivo. Se construyó un pequeño puerto en la playa cercana al acantilado. Fueron llegando colonos tanto por mar como por tierra con lo que la población aumentó considerablemente. Los antiguos habitantes se enriquecieron con rapidez al vender parte de sus fincas. El alcalde murió dejando a sus herederos además de un gran almacén, una gasolinera y un banco. Similar suerte corrió la familia del reverendo encontrándose a la muerte de este en posesión del único hotel del pueblo y el negocio funerario del lugar. Sólo la cabaña del acantilado rodeada por lo que quedaba de un antiguo bosque, que nadie quiso comprar por creerla maldita, parecía ser todo lo que recordara a los aldeanos que también tenían un pasado.

Una calurosa tarde de verano por la entrada sur del pueblo apareció un viejo músico conduciendo un camión tan destartalado que ya él solo de por sí llamaba la atención. Fue anunciando por un altavoz que había llegado hasta allí para ofrecer su último concierto de violín y canto. Los niños se empezaron a arremolinar alrededor del maltrecho vehículo mientras recorría las calles llegando a formar un séquito hamelieniense de almas. Una vez anunciada su actuación salió por el norte de la aldea perdiéndose en la oscuridad del bosque.

Durante una semana las gentes del lugar se acercaban a la explanada de la iglesia silla en mano esperando que el músico apareciera. Poco a poco se fueron desesperando pensando que aquel trovador de pacotilla les había tomado el pelo. La segunda semana el número de público disminuyó a la mitad. La tercera se redujo aún más y así hasta que pasado casi unos dos meses de su aparición dejaron todos de acercarse al lugar de la convocatoria del concierto. Nadie sabía del paradero del misterioso hombre y su peculiar camión. Algunos decían haberlo visto vestido de marinero en alguna taberna del puerto, otros que lo vieron bailando alrededor de una hoguera en la isla próxima a la playa y los menos se atrevían a confirmar que vivía en la cabaña del acantilado. De repente una mañana todos despertaron con el ruido de unos horrorosos bocinazos. Poco a poco se fueron acercando hasta una explanada a las afueras del pueblo. Se encontraron con un pequeño escenario que no era si no el remolque de un antiguo camión. En el negro telón se podía ver el dibujo del dios Neptuno con un zorro durmiendo a sus pies. Ya era media mañana cuando los aldeanos llenaron por completo al improvisado teatro. El dibujo del dios romano y su zorro se fue corriendo poco a poco y en escena apareció un hombre maquillado de mujer con un deshilachado vestido rojo. En la cabeza llevaba un gorro a juego con el traje y por calzado unas botas de señora mucho más antiguas que cualquiera de los allí presente.

De una agrietada funda sacó un violín y comenzó a interpretar una extraña melodía mientras cantaba con una voz tan extraordinaria que el público quedó rápidamente extasiado. La canción contaba la historia de una bruja que adoptó a dos hermanos, hablaba de sirenas y dioses antiguos, de un zorro y un bosque y acababa con un terrible incendio y la bruja quemada en una hoguera. Una vez acabada la obra musical consiguió hacer llorar a todos los presentes. Muchos intentaron felicitar al extraño músico pero cuando se corrió el telón no consiguieron ver a nadie en las inmediaciones del lugar. El público fue regresando a casa en silencio, parecía incluso haberles robado la risa a los niños. En sus mentes la melodía y letra de la canción retumbaba como mil truenos. El día pasó sin que nadie hablara sobre el tema. A la mañana siguiente el insólito escenario había desaparecido del lugar y comenzó a llover de manera torrencial. El agua no paró en casi tres meses. El pueblo y sus alrededores se convirtieron en terrible barrizal. Los animales comenzaron a morir de hambre, las cosechas se pudrieron o inundaron mientras el acceso al puerto se hizo impracticable. Cuando pasó aquel diluvio la aldea comenzó atravesar una de las mayores hambrunas que jamás conocieran. Todos culparon al músico de sus desgracias. Por más que lo buscaron no consiguieron dar con su paradero.

La gente comenzó a abandonar el lugar. Muchos se embarcaron hacia las grandes ciudades, otros cogieron los viejos caminos hasta acabar en los suburbios de la capital del condado y los que quedaron no tuvieron más remedio que sufrir las desavenencias de la miseria. La aldea se fue difuminando como la niebla en el mar, reduciéndose a una decena de viejas casas.

Algunos barcos que pasan cerca de aquella costa aseguran haber visto una gran fogata en la pequeña isla que llaman del Loco. Hay turistas que perdidos en el bosque al llegar a la vieja casa del acantilado escuchan un violín mientras unas voces y un raro aullido interpretan una alegre canción de cabaret, pero al acercarse a la cabaña la música desaparece repentinamente. Cuando preguntan a los pocos lugareños que quedan por los alrededores estos aseguran que aquella es tierra de zorros, lechuzas y fantasmas

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